Enero 2013
HABLAR DEL TIEMPO ES POLÍTICAMENTE CORRECTO I
No es nada nuevo, leer titulares en los
periódicos, escuchar noticias en los medios de difusión audiovisual e incluso
percibir cómo la publicidad en productos y servicios entran en polémicas
torticeras, en debates grandilocuentes o quirúrgicas campañas publicitarias a
medida, a la hora de presentar, comunicar, criticar, justificar o ensalzar,
valores, declaraciones de actos o
productos.
Tampoco escapa a éste debate, y lo digo en
parte positivamente, la recuperación que en éstas últimas décadas se está
produciendo, de la riqueza de nuestra lengua castellana y de la fabricación a
marchas forzadas de neologismos en el resto de lenguas co-oficiales unas veces
por simpatía con la anterior y otras, por mantener la necesaria independencia o
limpieza idiomática, evitando así los siempre fáciles recursos de prestamos
linguísticos.
Pero volviendo al hilo fundamental, me
enerva, aburre y apena, como constantemente, necesitamos maquillar realidades
indiscutibles, por el mero hecho de resultar diplomáticas, conciliadoras, pragmáticas
e incluso paternalistas, con otras impuestas, modales, ilusorias o en otros
casos infantiles.
Términos como nación, matrimonio, historia,
cultura, género, tradición o religión; Nombres propios, topónimos, productos de
consumo, profesiones, … Sufren mutaciones para posibilitar su uso ambiguo e
incluso esperpénticas, justificándose en la aceptación social, por otro lado
orientada y dirigida aculturalmente durante los últimos años de inmersión competencial.
Lo peor es cómo nosotros mismos entramos en
el juego, y decimos estado por no decir nación, medica por no caer en el
sexismo, aceptamos el termino matrimonio para los homosexuales que no gays, por
no considerarlo una unión de hecho (con todos los parabienes y derechos),
cuestionamos que el ejercito es un garante constitucional pues nos acompleja el
pasado, y viajamos hasta Iruña, Pamplona si llegamos y no nos equivocamos.
En otros casos nos traducen los nombres
propios y comunes, apellidos y topónimos desde la misma lengua generando una
ramificación infinita de acepciones y familias paralelas de imposible
seguimiento histórico, geográfico y control gramatical o linguístico.
No hace muchos días, asistía a una
conferencia del dirigente “peneuvista” Iñigo[1] Urcullu, - Enneco para los latinos, que no vasco - sobre
el autogobierno vasco y las posibles líneas secesionistas tras las elecciones
vascas. Tras una introducción a su larga trayectoria política, pues profesional
salvo un par de años como maestro y la consiguiente excedencia, que sigo sin
entender como se conceden y blindan éstas a perpetuidad, inició su discurso
desde esas maneras conciliadoras y actitud bonachona que le caracterizan.
Pasados varios minutos, y pese a mi voluntad por mantener la atención, empecé a
darme cuenta que cuanto más me esforzaba en concentrarme en su discurso, más
perdido me encontraba, pues país, pueblo, estado, nación, comunidad, realidad
histórica, sociedad y de nuevo país, se entremezclaban en una argumentación abstracta
e inconexa, hablará ahora de España?, será sobre Vascongadas[2]?,
… la exposición(?) iba
y venia sin llegar ni volver de ninguna parte. Salí de la conferencia no ya
como entré, si no con la extraña sensación de haber asistido a una
representación dadaísta.
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